Cuando se habla de fotos de guerra, el primer nombre que hay que citar entre los artistas del objetivo es, con seguridad, el del húngaro Robert Capa.
Vívidas y vibrantes, sus fotografías prueban cuanto están equivocados los profanos de la fotografía cuando dicen “ésta habría podido tomarla yo”.
Sí, porque la característica principal de Robert Capa es la completa inmersión en la realidad que quiere representar.
Y no es casualidad que su frase más célebre – “Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es porque no estabas lo suficientemente cerca”, se haya convertido en punto de partida para explicar su poética.
Robert Capa, Israel, en Haifa, durante la guerra Árabe-Israelí (1950). Para obtener una foto de este tipo, la inmersión del fotógrafo en el mundo que representa debe ser total.
Robert Capa, una vida en primera línea
Nacido en Budapest en 1913 de padres judíos, Endre Ernő Friedmann (el nombre con que es conocido es un pseudónimo) fue protagonista de una vida típicamente “de artista”, hecha de peligros, desorden y grandes pasiones por las mujeres y por el alcohol.
Considerado el primero, y probablemente el más celebre fotógrafo de guerra, Robert Capa atestiguó cinco conflictos bélicos:
- la guerra civil española (1936-1939)
- la segunda guerra sino-japonesa (1938)
- la segunda guerra mundial (1941-1945)
- la guerra árabe-israelí (1948)
- la primera guerra de Indochina (1954).
Comenzó a convertirse en un nombre importante durante la primera guerra civil española, cuando su foto del “muerte de un miliciano ” se convirtió en la tarjeta de presentación de un enorme talento que se estaba revelando.
“The Falling soldier” (1936): en los ultimos años han surgido muchas controversias sobre su autenticidad.
A los 18 años había sido obligado a dejar Hungría acusado de simpatizar con el Comunismo y se mudó a Alemania.
En la capital alemana acudió a la Universidad de Berlín y entró en contacto por primera vez con la fotografía, trabajando como asistente de laboratorio con la Dephot, agencia fotográfica alemana.
La aventura en Berlín, sin embargo, fue breve y terminó en 1933: la llegada del nazismo obligó a Robert Capa a dejar la ciudad para llegar a Paris, desde donde comenzó a trabajar como fotógrafo free-lance y a viajar por Europa en búsqueda de buenos disparos.
León Trotsky en Copenaghen, 1932. La primera publicación de Robert Capa tiene por protagonista al político soviético en medio de una lección sobre la revolución rusa, en la universidad de la capital danesa. Como siempre, Capa y su cámara fotográfica están en primera fila…
En la capital francesa conoció a la fotógrafa Gerda Taro, que se convirtió en su compañera de vida, y comenzó a compartir la cámara oscura con Henri Cartier-Bresson, otro legendario fotógrafo con el que fundaría en 1947 la Magnum Photos (con David “Chim” Seymour, George Rodger y William Vandivert).
El interés de Robert Capa llegó hasta el cinema cuando, en 1936, realizó varias secuencias para la película España 36 di Jean Paul Le Chanois, con la producción de Luis Buñuel.
Gracias a la relación con Ingrid Bergman, envuelta también en el misterio del mito, unos años después estuvo en el set de Notorious de Alfred Hitchcock, donde tomó algunas fotos.
Se trató, sin embargo, de breves paréntesis en medio de una vida vivida peligrosamente.
En el curso de su intensa carrera, de hecho, Robert Capa arriesgó varias veces la vida, dado que no era del tipo que se echa hacia atrás ante el peligro.
Entre sus colegas y amigos del periodo se citan nombres de los más influyentes en la cultura del siglo XX como Irwin Shaw, John Steinbeck, Ernest Hemingway y el director John Houston.
Robert Capa y la Segunda Guerra Mundial
Capa vivió la Segunda Guerra Mundial como protagonista.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Robert Capa estaba en New York donde se había refugiado para evitar la persecución de los judíos.
Pero no dudó un momento en regresar a Europa.
Fue el único fotógrafo “civil” que participó en el desembarque de Omaha Beach, en Normandía, durante el D-Day y documentó gran parte del conflicto, entre Londres, Paris, el Norte de África e Italia.
En el verano de 1943 estaba en Sicilia para uno de sus reportajes más importantes, sobre el desembarque de las tropas anglo-americanas.
A bordo de un pequeño avión, Capa se dejó caer en paracaídas y cayó sobre un árbol del que se liberó hasta un día después, gracias a la ayuda de otros paracaidistas que estaban con él en la misión siciliana.
Desde Palermo, en Sicilia, Capa envió sus primeras fotos a la revista Life, con quien colaboraba como freelance.
Los aliados todavía estaban en Troina, no lejos del Etna, para duros combates que requirieron una semana para la liberación de la ciudad.
La rendición sobrevino solo después de varios bombardeos que destruyeron gran parte del centro habitado.
In aquellos durísimos días de trabajo Robert Capa hizo las fotos que, probablemente, se iban a convertir las más célebres de toda su carrera.
El 6 de agosto de 1943, con exactitud, Capa capturó con su objetivo un momento que se volvió simbólico: un pastor que indica a un soldado americano en cuclillas, el camino hacia Sperlinga.
Una imagen muy simple y, sin embargo, cargada de significado. El brazo del pequeño pastor apoyado paternalmente en el hombro del soldado americano, el larguísimo bastón extendido para señalar la dirección del enemigo…
La foto dio vuelta al mundo, “obligando” a la revista Life a contratar a Robert Capa.
La célebre foto de Sperlinga: la foto fue tomada a unos 3 km del pueblo sobre la Carretera Estatal 12. En el lugar exacto de la toma hay ahora una placa en recuerdo de aquel histórico momento.
Ni un año después, es el momento del desembarco en Normandia del contingente estadounidense en Omaha Beach.
Huelga decir que Robert Capa estaba en primera fila con su cámara fotográfica.
Lamentablemente, por un error técnico en el revelado, muchas fotos se perdieron: solo once fotografías dañadas llegaron a los ojos del mundo, transmitiendo los horrores del D-Day.
Por su increíble empeño en el campo, Capa fue reconocido por el general Eisenhower con una “Medal of Freedom”.
Y varios años después Hungrió acuñó un timbre postal en su honor.
Acabada la segunda guerra mundial, Capa sigue siendo testigo de la historia: con el nacimiento del Estado de Israel, el fotógrafo está en Tel Aviv para documentar el enésimo momento histórico, inmortalizando la ceremonia de la primera sesión de gabinete del Estado y la reacción del pueblo en las calles.
En el mismo año (1948) Robert Capa atestigua el comienzo de la guerra árabe-israelí.
Con el paso del tiempo, su profesión se había identificado con su vida en todo y por todo.
Y, de hecho, su pasión lo llevó a morir en aquella que fue su última misión, la primera guerra de Indochina en 1954.
Fue una mina, durante una salida con las tropas francesas del coronel Jean Lachapelle, la que mató al más grande fotógrafo de guerra de todos los tiempos.
Precisamente como su histórica compañera, Gerda Tardo, que perdió la vida en 1937 en la guerra civil española.
Dentro de la fotografía: el estilo de Robert Capa
Más que cualquier otro artista del objetivo, Capa es el fotógrafo del Carpe Diem, del momento fugaz, antes de que se desvanezca la magia de una situación que, por sí sola, es capaz de evocar un evento enorme y abrumador como el de la guerra.
La fotografía, de hecho es el único arte capaz de cristalizar un momento tan breve en un disparo, un momento destinado a volverse historia.
En las imágenes de Robert Capa, este arte es más evidente que en otros de sus “colegas”: el tiempo se detiene sobre un gesto solo aparentemente común. Pero es una pequeña situación que se convierte en un símbolo de algo mucho más grande. Y un fotograma se convierte en un verdadero film del que se imagina el antes y el después.
El ya citado famoso aforismo de Robert Capa – “si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es porque no estabas lo bastante cerca” – no deja dudas sobre el estilo del fotógrafo húngaro.
El suyo era un verdadero y propio sistema Stanislavskij, una psicotécnia tomada por el cine y llevada al plano de la fotografía.
Sus imágenes son fruto de una interiorización de sujetos impresos en celuloide.
En otras palabras, el consejo que Capa daría a su hipotético alumno, es el de vivir en la propia piel cada situación.
Solo de esta manera, una foto podrá comunicar las emociones vividas de quien está detrás del objetivo.
Las emociones se comunican solo si quien las ha impreso en una imagen las ha vivido realmente.
Sin un enfoque emotivamente involucrado, no se va a ninguna parte.
Sun Valley, Idaho, USA, octubre 1941. El escritor americano Ernest Hemingway con su hijo Gregory.
Endre Ernő Friedmann y Robert Capa eran lo mismo. Entre el artista y el hombre, por lo tanto, no había ningún grado de separación.
Su vida era una continua misión en búsqueda de imágenes, sin importar el riesgo.
Su carácter imprudente y nada conformista se percibe en cada fotografía que se ha salvado de los bombardeos de una guerra.
Su personal modo de representar la tragedia en los momentos más bajos de la experiencia humana, los de la guerra, exaltaba el gesto espontáneo en lo extraordinario del evento.
Lo que hace único a su estilo es la antítesis que se percibe en sus imágenes: el gesto humano en un contexto que de humano tiene muy poco.
Si podemos percibir todo esto en una foto es porque el artista que ha inmortalizado estos sentimientos es el primero en haberlos vivido.
Robert Capa: la herencia de una leyenda
Como todos los pioneros, los padres de un género, el estatus del fotógrafo húngaro es el de “leyenda”.
Un mito alimentado por una vida aventurada, por un carácter combativo y valiente.
Sus fotos han entrado con méritos en el patrimonio de la humanidad, para recordar la tragedia de la guerra y la vulnerabilidad del hombre.
Robert Capa en Indochina, 1954, poco antes de morir.
Con el cigarrillo en la boca, la mirada desafiante, su cámara fotográfica al cuello, una nube de pensamientos….
Robert Capa tenía un carisma único que lo ha convertido en una referencia para tantos artistas en general y no solo para los fotógrafos.
Sì, porque ese genio húngaro no tenía a disposición gigabytes de “espacio” dentro de su cámara, ni podía permitirse una serie impresionante de tomas, intentando encontrar, en el gran número, la correcta.
Para Robert Capa era… buena la primera, ¡como máximo la segunda!
Quien decide acoger en el tercer Milenio la herencia de Capa, ha elegido arreglárselas con un tipo de enfoque que el mundo digital ha eliminado inexorablemente.
Ha elegido el camino de la emoción, prefiriendo por mucho al sujeto y no la técnica.
Por fortuna, este enfoque puede tener su razón de existir incluso lejos de la guerra. Y bastará mirar las imágenes tomadas por Robert Capa en 1939, durante el Tour de Francia, para comprender por qué.
De un evento deportivo, donde habría podido retratar el desafío y el gesto heroico, prefirió exaltar los momentos de relax de los ciclistas, el paisaje nevado de las montañas, la emoción del público.
Nada que fuese previsible en un reportaje sobre la carrera de bicicletas más importante del mundo.
En un mundo en el que tomar la foto se ha vuelto un gesto compulsivo, inflado a menudo, el legado de Robert Capa no tiene precio. Y va a determinar la diferencia entre la simple costumbre de fotografiar y el arte del testimonio a través de un objetivo.